viernes, 5 de marzo de 2010

LA MODERNIDAD Y EL INDIVIDUALISMO

UN ENFOQUE PARA LA PEDAGOGÍA

"La época del desencanto da paso a la época del cinismo». Los nuevos cínicos» celebran la muerte del comunismo como la culminación de la razón occidental, la cual, en su madurez, logra una completa indiferencia respecto de todo el valor, respecto de cualquier intento que en adelante será patético» - de oponerse al orden vigente de este mundo al revés»" BELLOC AGUILAR LEONARDO

La tarea del pedagogo en el presente es de suma relevancia, su carácter social-humanista guarda entre sus formas un principio fundamental de hombre, es de esta manera que se posibilita al pedagogo a creerse en él como un agente creador de conciencia, parte fundamental de este logro da su génesis en la formación, y su muerte como ser humano en la enajenación total, es decir no hacerse conciente de la realidad que vive, teniendo mas que una formación, solo una adaptación a la sociedad.

La adaptación social se esclarece y se alza en la educación de este presente, es de esta manera que dentro del panorama de educación, se abre paso a una tendencia de adaptación, adaptación a un sistema, a una idea de hombre, mediado claro por una cosmovisión neoliberal, que olvida en función de necesidades progresistas la idea de humanidad en su total complejidad. Es bien sabido que en la actualidad se dice que vivimos en la sociedad del conocimiento, que el mundo se reduce en su descubrimiento, que el aprendizaje se facilita a cada momento y que la ignorancia se esclarece a través de la educación.

El pedagogo debe de dar a conocer su postura ante la realidad y de esta partir a la iluminación del verdadero conocimiento, un verdadero conocimiento que cree análisis, reflexión y critica de todo aquello que pretenda obscurecer las relaciones existentes entre la educación y sociedad, educación y hombre y por supuesto que consecuencias tienen dichas relaciones.
Una de las relaciones es el individualismo como consecuencia de la modernidad, el individualismo como la perdida de la identidad, la perdida de un “yo” que hace un “individuo social imaginario” contruido de todo pero olvidando a el mismo. Cuando el célebre escritor inglés Chesterton (1874- 936) dijo: -al declinar la era Victoriana-, "desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada. Ahora creen en todo", tal vez intuía la aparición de una realidad que para nosotros es vivencia cotidiana.
El individualismo se manifiesta en situaciones diarias, comunes, corrientes, cotidianas, triviales, mediocres, poderosas, sustantivas. Y los seres humanos se sienten cómodos en esos estrados armados para la ocasión, viven en la superficialidad de un individualismo que mata y ahoga, que pisotea y asfixia, que irrumpe entre los más débiles y hace de ellos una raza esclava y dominada...
La cultura del "no te metás" es un ejemplo trillado, pero válido para demostrar cuán fuerte es el individualismo en este mundo de dominados y dominantes, de mandamás y cobardes, de poderosos y desfallecidos.
Puede morirse un tipo en la esquina de cualquier barrio común de cualquier ciudad perdida en un mapa inmenso, donde nadie sabe nada de nadie; que la primera reacción de aquellos que escucharon los últimos latidos de aquel corazón es hacer caso omiso, darse vuelta y caminar en otra dirección como si nada hubiera pasado.
Después de hacer un esbozó del individualismo terminare con un acercamiento uotopico ante tal paradoja.
En la modernidad del siglo XX, de la llamada tercera fase del capitalismo o de la segunda revolución industrial, se vive de forma intensa la desestructuración de toda idea de comunidad», de toda capacidad de autorepresentación social, de todo intento de determinación de los contenidos y de las identidades que definan vinculaciones sociales y opciones alternativas de la vida colectiva.
La sociedad no es ya una comunidad de metas y fines colectivamente compartidos, sino uno agregado de individuos atomizados y narcisísticamente orientados hacia una infinita gratificación de los propios deseos e intereses. Un gran imperativo, , parece dominar: "soy porque consumo", "consumo porque todo está ahora al alcance de la mano de mis ilimitados deseos de poseer". Es la época del individualismo económico, del individualismo posesivo, del individualismo masa, del individualismo del consumidor...
La gran paradoja de nuestra modernidad reside en que su horizonte de sentido ha sido concebido esencialmente como liberación de los vínculos de dependencia personal, de las jerarquías y de los poderes absolutos. Para hacer frente a estos designios ha elevado, por un lado, la bandera de los valores y derechos de los individuos, de su igualdad y autodeterminación, y, por otro, consagrado la vinculación social de los individuos como ciudadanos en el contexto de una comunidad política. Pero, sin embargo, la mercantilización generalizada de las relaciones entre los individuos, la construcción de un inmenso aparato neutralizador y destructor de todo el vínculo de solidaridad personal y vinculación social, ha sido el precio pagado por la contradictoria genética y también por el equivoco desarrollo de estos presupuestos ypor una visión social en la que lo económico se constituye como una estructura obligatoria de toda sociedad.
Las paradojas y las "promesas incumplida" (igualdad,libertad)de la modernidad han conducido al narcisismo y el hedonismo del individuo contemporáneo, a la apatía, indiferencia e incluso al extrañamiento frente al otro (para mi una nueva forma de autismo)
Pero no sólo esto, sino que, además de eliminar la comunidad, también niega la promesa de una vida individual más rica: "La aspiración de autonomía, creatividad de emocionarse y reflectividad se transmuta en privatismo, des-socialización y narcisismo, los cuales acoplados a la vertiente productivista, sirven para integrar, más que nunca, a los individuos en la compulsión consumista".
En esta nueva configuración simbólica el culto de los objetos es el la exaltación de la intersubjetividad".
Pero cabe inquirir si este diagnóstico de la condición humana postmoderna es algo irreversible o si existe o puede existir alguna salida, algo capaz de revertir la dinámica del individualismo apropiatorio, productivo, eficientista y mercantilizado. Si es posible encontrar un nuevo horizonte de sentido capaz de agregar los individuos, de crear nuevos vínculos
La gran paradoja del acto constitutivo de la subjetividad moderna radica en la creación de un concepto ficción el del contrato social(Jean-Jacques Rousseau )-, según el cual el acuerdo voluntario de individuos libres y autónomos es la base y fundamento del nuevo orden. La institución del pacto no sólo es una apuesta por una vida racional, frente a la barbarie de los salvajes y a la anarquía del estado de naturaleza, sino también la apuesta por la esencia social del hombre, por la racionalidad y dignidad de la naturaleza humana; por la liberación del individuo de todos los anteriores vínculos de subordinación (estamentos, castas, corporaciones, etc.). El individuo aislado y egoísta del estado de naturaleza se transforma en un agente ético y moral capaz de desplegar sus capacidades y atributos más distintivamente humanos. La institución de la sociedad, de un gobierno colectivo y consensuado, conllevaría al progreso colectivo (a través del dominio y control sobre el devenir del hombre y de la naturaleza) y la autorrealización de los valores políticos y morales de cada individuo en la sociedad.
De esta concepción del momento fundacional de la sociedad nace una paradoja esencial de la modernidad: la escisión entre sociedad política y sociedad civil. Aquélla es el lugar de la comunidad abstracta y del deber ser» del bien público», donde la unidad de los ciudadanos se realizan en la idea universal del Estado y del derecho. Ésta (la sociedad civil) es concebida como esfera de la contingencia de la vida económica, de la producción y reproducción de los intereses y de las necesidades privadas y particularísticas. Donde perdura la inconmensurabilidad del yo y del otro, y en la que únicamente el mercado puede definir las formas de la indiferencia recíproca .
Como corolario de esta escisión se opera una doble reducción/simplificación de las relaciones individuo/colectividad: la reducción de la motivación del obrar a la exigencia de obtener los recursos necesarios para satisfacer las propias necesidades y deseos de consumo; la reducción de la libertad (de la libre subjetividad) a mero presupuesto general para establecer relaciones contractuales y acceder al universo del mercado y de las mercancías. Esta transformación de la subjetividad» en función del sistema, de un lado, y en contingencia de necesidades», del otro, no sería, todavía, posible sin la institucionalización social del cálculo económico de mercado como parámetro general del obrar humano.
De tal forma que, dentro de esta intrincada red de conceptualización, se trata de hacer coincidir el interés general y el interés individual. por ejemplo el crecimiento de la riqueza es al mismo tiempo el objetivo común y la condición para la universal accesibilidad al bienestar por parte de todos. Pero es propiamente esta coincidencia la que consentirá una concepción funcional tanto del individuo como de la organización social: el individuo como mero punto de referencia de necesidades a satisfacer y la consiguiente entronización de los intereses concurrentes en el mercado como núcleo de la vida social
Aquí está el punto crucial de la paradoja de la constitución moderna del sujeto: de un lado, el individuo, como identidad autónoma y preexistente, funda el orden de la sociedad, siendo pues su soporte y fundamento; pero, por otro, se concibe el orden social constituido como un orden artificial, que se pone en el exterior y por arriba del individuo , casi como un a priori necesario de la existencia de éste. En lo tocante al Estado, está la concepción de que el Estado es el creador del orden y de la unidad del pueblo; nada preexiste al Estado. Pero lo más significativo de todo es que "la fuerza del sujeto general se niega en la sumisión de la individualidad empírica a la calificación jurídica que el ordenamiento (el Estado) decide darle".

Llegamos así al cumplimiento del nihilismo, de la vocación nihilista (del ser y la nada) del sujeto postmoderno: la ausencia de voz de masas, que no conocen otros criterios de expresión que el de la tercera persona y el del imaginario colectivo de los medios de comunicación de masas.
La visión pedagógica la búsqueda del edén: la conciliación entre el yo y el otro ¿parte de una utopía?
“Ante el hundimiento de las grandes utopías modernas y el desencanto consecuente que esto ha provocado, el hombre actual (post-moderno) se disuelve en un mundo de fragmentos e indiferencia en el que está convencido puede salvarse individualmente de mil formas, que, entre sí, son antagónicas e irreconciliables”
Leonardo Belloc Aguilar
Las premisas para la construcción de una nueva identidad o subjetividad del individuo humano tienen como imperativo fundamental el principio de comunidad y, con él, la idea de autonomía individual y de reciprocidad solidaria entre los individuos, de un nuevo modelo de sociedad, construido como un espacio de reciprocidad no impuesto ni ordenado por normas, sino "como elección libre basada en la conciencia de que sólo en la reciprocidad de las relaciones no dinerarias se produce el verdadero reconocimiento de la diferencia y de la particularidad". La configuración de esa nueva sociabilidad proyecta al individuo en su dimensión social posibilitando una redefinición del sentido y espacio del bien común, sustraído a los intereses particulares pero abierto a la intersubjetividad de la formación del individuo libre y autónomo. En fin, se trata de crear un nuevo vínculo social, una "comunidad de diferentes, tierra de nadie, sin apropiaciones, sin reglas, sin límites"
Esta idea de comunidad, de una vía de integración que devuelva al individuo su dimensión societaria ha de pasar, , por una comprensión solidaria de las relaciones sociales que permita superar el autointerés. Esta solidaridad, entendida como fortalecimiento de los vínculos societarios en el contexto de una comunidad pluralista, evoca una insoslayable exigencia de transitar del espacio del yo al del otro, del tiempo del derecho al de las responsabilidades y del compromiso. Este pensamiento del otro, de la diferencia, exige la toma de la conciencia de alteridad y autovaloración de la propia existencia que se desarrolla en sociedad pero desde la individualidad. Las razones de la individualidad son las exigencias de la diferencia, esto es, de las razones por las que alguien es lo que es, se distingue y se afirma frente a los demás .
El marco teórico en el que se realiza la integración de la relación entre el yo y el otro, entre lo común que nos une y la diferencia que nos separa, exige volver al paradigma del individuo social que pone la libertad del otro como condición de la propia. Pero este paradigma resulta enriquecido hoy por el paradigma del reconocimiento de la diferencia, de una dialéctica que no puede ser ya conciliadora porque individualidad y alteridad estructuran el campo de la experiencia determinando al mismo tiempo distancia e integración. "Quizá por este camino pueda buscarse una vía de cooperación que se base en una plena aceptación de uno mismo; un egoísmo maduro» que adquiera consciencia de la necesidad del otro en su irreductibilidad personal y lo sienta» como límite, y como confirmación al mismo tiempo, de la individualidad propia y de la existencia propia" .
La democracia, la gran alternativa descartada de la historia de este siglo, es el espacio idóneo para la construcción de un compromiso entre individuo y sociedad. Pero asumirla como paradigma fundador de un nuevo estudio colectivo supone rescatar cuanto de noble hay en la tradición moderna de la democracia liberal, como también desechar aquello que ya no sirve. Bajo este prisma, la renovación del espacio de la democracia tiene pues, como objetivo ampliar y profundizar el campo político en todos los espacios estructurales de la interacción social. En este proceso, el propio espacio político-liberal, el espacio de la ciudadanía, sufre una transformación profunda, exigiendo la imaginación social de nuevos ejercicios de democracia y de nuevos criterios democráticos para evaluar las diferentes formas de participación política
Las transformaciones se prologan al concepto de ciudadanía, donde se conjugan la eliminación de los mecanismos de exclusión con la ampliación de las combinaciones de formas individuales y colectivas de ciudadanía, que van más allá del principio de la reciprocidad y simetría entre derechos y deberes